Visitas Totales 476 , Visitas de hoy 2
Por: José Timoteo
(En memoria de Mauro)
Hay historias que no pertenecen al pasado, que no tienen dueño, y que siempre están buscando que alguien las cargue en su mochila, las transcriba y las difunda para seguir vigentes. Esas historias conservan la suficiente fuerza para no dormir en un pasillo y que sus protagonistas, aunque ausentes, se ocupan de despertar a los inquietos para que busquen en el pasado, lo que insiste en ocultar el olvido.
Hacia horas que seguía sentado en el umbral de la puerta. Con un alambre gastado, dibujaba garabatos en la tierra, buscando alguno que me llenara de satisfacción. Era uno de esos días en que no sabes si estas cansado, aburrido o desganado. En realidad estaba pensativo, me interrogaba a mi mismo e interpelaba mis propias decisiones. A mis siete años, no estaba atravesando una crisis existencial, ni económica ni una defraudación de amor. Estaba tratando de recordar donde habían quedado mis llaves… Las llaves eran las de mi casa, mis padres habían salido por unas horas y yo había quedado al cuidado de ella. Lo único que tenía que cuidar eran las llaves y justamente era lo que había perdido. Ya parece que oía, la voz pausada de mi madre y la estruendosa de mi padre, diciéndome al unisonó, que no se me podía dejar ni un rato solo. En eso estaba cuando Mauro llego a decirme que tenía un secreto para contarme, que si quería saber tenía que ir hasta su casa… No tuve dudas, esa era una buena razón para olvidarme de esas benditas llaves. Salimos corriendo, como cada cosa que hacíamos, a la mas alta velocidad, saltando obstáculos y esquivando retamas, cipreses, ponderosas y murrayanas. Cuando la vi, estaba en un cajón de manzana… Era hermosa, elegante, unos ojos desafiantes que me obligaba a bajar mi mirada, con un plumaje rojizo casi dorado… Entonces exclame:- Un Águila Dorada!!! Mauro me respondió: -Un Águila Mora… y luego agrego: -Dorada!!! Más tarde me conto que la encontró herida sin poder volar y me mostro un ala entablillada. Era tan hermosa, distinguida y esbelta que parecía la princesa de las águilas, quizás por eso Mauro le puso por nombre “Leidy”. ¿Quién no deseo extender la mano y tocar el cielo? ¿O bajar una estrella y acurrucarla en la cama hasta dormirse? ¿O hacerte amigo de un conejo que te siga a todas partes? La extravagancia, lo insólito, lo inesperado, lo inimaginable estaba al alcance de nuestras manos cuando vivíamos a pleno nuestra infancia. En esa época no era exagerado que tu mascota fuera un tero, un loro, un gorrión o una paloma. Nunca imagine que podría ser posible tener un águila dorada!!! Solo Mauro podía conseguir ese milagro. Tenía un contacto especial con la naturaleza, una sensibilidad como pocas veces vi en mi vida. Su amor por los animales era notable, parecían entenderse en un idioma que solo ellos podían descifrar. Durante los siguientes días, dejamos de ir a nuestro arroyo donde, jugando a sacar oro, un día, ¡¡Encontramos oro!!! Ese día no podíamos creer lo que nos estaba pasando, decidimos mantenerlo en secreto y en un pequeño baúl, sumábamos lo que íbamos acumulando, ya teníamos 23 onzas en total… Pero el oro no era algo que nos importase y menos cuando “Leidy” llego a nuestras vidas. Todo nuestro tiempo, nuestro días y nuestros juegos era en complicidad con ella. Mauro tenia la particularidad de vivir cada día intensamente, no dejaba nada al azar y disfrutaba cada juego con la naturalidad de aquellos que hacen de cada momento su máxima felicidad sin malgastar un solo minuto. Yo admiraba esa particularidad. Podía hablar con Leidy, ella lo miraba fijamente y al instante él me decía: -Viste lo que me dijo? yo no oía absolutamente nada, entonces me aclaraba que le hablaba desde el pensamiento, algo así como “telepáticamente”. Mis primeras veces dude mucho de ese tipo de “comunicación” pero cada vez que veía sus conversaciones con Leidy termine convenciéndome que no podía existir otra manera de entender esa relación sin existir la misteriosa comunicación de Mauro. Más de un mes demoro Leidy en recuperarse y poder volar, lo más curioso que el día que pudo hacerlo, elevo su vuelo hasta que la perdimos de vista y luego regreso a posarse en el brazo extendido de Mauro. Era inentendible que el águila volara en la mañana y regresara por la tarde. No hubo nada que impidiera hacerla cómplice de nuestras salidas, nos acompañaba a todos lados. Una vez corrimos desde Huinganco a Charra Ruca, mientras “Leidy” sobrevolaba nuestras cabezas. Parecía disfrutar nuestras ocurrencias y divertirse con nosotros también. Cada día emprendíamos una aventura nueva que no tenia principio ni final. Un día sucedió la inexorable, se fue sin aviso, imprevistamente, elevándose sobre la Cordillera del Viento, hasta confundirse con el cielo, regresando al lugar de donde había venido, donde la luz brilla eternamente y el viento que parece indomablemente fatigado no puede evitar susurrar tu nombre nuevamente. Mauro la busco, la espero muchos días, muchos meses, muchos años y un día él también se fue, sin aviso, imprevistamente, regresando al lugar de donde había venido, allí donde la luz brilla eternamente y el viento que parece indomablemente fatigado no puede evitar susurrar tu nombre nuevamente. Allá estarán los dos, mirando como sigo buscando lo que perdí…Ya no pierdo las llaves, cada tanto pierdo mi pasado y vuelvo sobre mis propios pasos, en la búsqueda del niño que fui.
* Foto: Prof. Osvaldo Gagliardi. Mauro González. Año 1990- Huinganco.
(Esta Editorial que se publica todos los domingos, se constituirá: De relatos, fabulas, cuentos, narraciones, poemas y poesías. Cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de Nqnorte.)